4 primeras mujeres líderes cristianas, visten con túnicas del nuevo testamento y el fondo es campestre

Mujeres líderes en los orígenes del cristianismo

Introducción

Los temas de igualdad y desigualdad de género tienen muchas dimensiones y aristas. Una de ellas tiene que ver con el ministerio pastoral y cómo en ocasiones no se permite a las mujeres el acceso al mismo -a pesar que ellas también son llamadas por Dios para tal función, como demostraron las mujeres líderes cristianas en los orígenes del cristianismo.

También es cierto que muchas de nuestras familias confesionales llevan años comprometidas en ese empeño.

Tomemos por ejemplo el modo en que la Alianza Reformada Mundial, actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, ha trabajado por décadas para contrarrestar el desequilibrio de poder entre hombres y mujeres en el ministerio. En 1921, la XI Asamblea General empezó un proceso para buscar la igualdad entre mujeres y hombres, en fidelidad a la comunidad inclusiva de Dios.

En 1989, en la XXII Asamblea General celebrada en Seúl, Corea, las iglesias reformadas enfatizaron la comunidad e igualdad entre féminas y varones. Lo que es más, fue creada una posición ejecutiva para investigar la injusticia hacia las mujeres en la iglesia y en la sociedad en general, y más tarde el Programa para Afirmar, Cuestionar y Transformar en tal sentido.

Por otra parte, la XXIII Asamblea General, en 1997, decidió formar una comisión que vele por la igualdad entre mujeres y hombres. El lema de este encuentro fue “Romper las cadenas de injusticia”, en referencia a Isaías 58.1

Ya en fecha relativamente reciente, la Confesión de Accra (1998), formulada en Ghana, rechazó toda forma de injusticia que destruya las relaciones justas, sea por causa de género, raza, clase, discapacidad o casta.

Durante muchos siglos, las culturas donde ha acontecido la revelación divina han sido predominantemente patriarcales y androcéntricas. De ahí que la Biblia, al ser un libro escrito sobre todo por varones, refleje, por esa misma razón, esa cultura en muchos textos. Sin embargo, hay un hilo que va tejiendo desde el principio una voz que interesa a las mujeres y marginados: una voz de gracia, misericordia y liberación.

Por lo tanto, estos dos aspectos: la cultura patriarcal y la revelación liberadora, nos llevan a concluir que las mujeres necesitamos de una hermenéutica que distinga entre la cultura patriarcal y el amor de Dios por sus creaturas. Gracia y liberación debieran ser el corazón del texto sagrado para las cristianas y los cristianos.

El liderazgo de las mujeres en tres diferentes períodos

Una buena manera de analizar la participación activa de las mujeres en los orígenes del cristianismo, es percibiendo su liderazgo en períodos distintos. Esto es importante debido a que, muchas veces, el Nuevo Testamento es apreciado erróneamente como un bloque homogéneo, sin distinciones de tiempos, espacios o circunstancias. Por eso, en ocasiones, percibimos cierta confusión o contradicción: mientras algunas personas afirman la importancia de las mujeres basadas en un texto particular, otras la niegan, basadas en otro texto.

Sin embargo, si se toma en cuenta la diversidad de contextos, caemos en la cuenta de que no es lo mismo hablar de las mujeres en la Primera Carta a Timoteo que referirnos a ellas en el Evangelio de Juan, por ejemplo.

Por eso, en esta reflexión queremos destacar el liderazgo de las mujeres en los tres períodos que los historiadores de la iglesia primitiva han llamado más o menos en estos términos: el período del movimiento de Jesús en Nazaret, el período apostólico y el período subapostólico.2 Esta división es buena porque, conociendo el contexto de los distintos momentos, entendemos mejor los escritos novotestamentarios; sobre todo, nos aclara mucho la forma como los autores bíblicos fueron planteando la participación o exclusión de las mujeres.

Movimiento de Jesús de Nazaret

El primer período, el momento histórico del movimiento de Jesús de Nazaret, abarca una treintena de años más o menos. Los acontecimientos los leemos en los cuatro evangelios. Ellos narran el caminar de Jesús y sus discípulos por las tierras de Palestina. En ellos leemos sobre la vida de Jesús como maestro ejemplar y salvador; el trato que tuvo con las mujeres (bastante inspirador hasta hoy día); sus milagros como actos liberadores; sus enseñanzas sobre el reinado de Dios como una sociedad igualitaria, llena de la presencia de Dios; su muerte bajo el imperio romano y su resurrección.

Período apostólico

El segundo período, el apostólico, acontece después de la muerte de Jesús; es la prolongación del movimiento de Jesús, pero inspirado ahora en el Espíritu del resucitado. Este es un movimiento misionero que abarca aproximadamente de los años 30 a los 70 d.C. Se trata de la propagación de la fe en Jesús como el Mesías. Los protagonistas son los seguidores de Jesús que quedaron vivos, como Pedro, Santiago, Juan y también muchas mujeres del movimiento de Jesús, cuyos nombres no se registran. Uno de los grandes protagonistas es Pablo, quien también se autodenomina apóstol. Los acontecimientos de este período los podemos leer en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas paulinas escritas en este período.

De manera que el libro de los Hechos y las cartas de Pablo son las fuentes privilegiadas para analizar el liderazgo de las mujeres en este período.

Período post-apostólico

El período post-apostólico es el tercer período. En este tiempo ya no queda ningún apóstol vivo. Las iglesias están fundadas y se siguen fundando después de los apóstoles. Es el tiempo que va del 70 al 130 de nuestra era. En este período mengua el movimiento de Jesús, el Cristo. Es difícil llamarlo movimiento, porque el proceso de institucionalización de la iglesia se ha dado con fuerza. Este proceso intenso de institucionalización fue un período lleno de tensiones y conflictos al interior de la iglesia. Podemos observar una lucha en cuanto al liderazgo de las mujeres, pues en este periodo se da una clara tendencia a la exclusión de ellas como líderes de la comunidad cristiana.

En las Cartas Pastorales son evidentes esas tensiones; es allí donde encontramos frases como “no permito que la mujer enseñe” (1 Tim 2,12) y “que la mujer aprenda en silencio con toda su misión” (1 Tim 2,11). Claro que esta no es la tendencia única; hay, dijimos, una lucha de visiones diferentes en este periodo. Por eso también encontramos un Evangelio muy hermoso, el de Juan, donde sí se aprecia un mayor protagonismo de la mujer, como el caso de María Magdalena en el episodio de la resurrección (cf. Jn 20,11-21).

Antes de pasar a estudiar algunos textos bíblicos con más detenimiento, debemos darnos cuenta de que en el movimiento de Jesús hubo muchas mujeres seguidoras. En el período siguiente, el apostólico, continuaron bastantes mujeres y se incorporaron muchas otras como líderes, y también se iniciaron ciertas tensiones en cuanto a su participación. Pero en el período post-apostólico se profundizan las tensiones y empieza ya la exclusión sistemática de las mujeres del liderazgo de las comunidades cristianas. Nos referimos a la iglesia oficial de aquel tiempo, pues el liderazgo nunca cesó en los movimientos posteriores, considerados heréticos.

Dos textos bíblicos paulinos sobre las mujeres líderes: Gálatas 3,28 y 1 Corintios 14,34-35.

La Carta a los Gálatas se cree que Pablo la escribió entre el 50-57 d.C. La epístola presenta elementos fundamentales sobre la comprensión y vivencia del evangelio. El eje de la carta es la libertad de la esclavitud y la esclavitud de todo tipo, no solo de la ley, aunque es la ley -judía en este caso- el punto de partida de Pablo.

El apóstol Pablo ve en las iglesias de Galacia un peligro inminente de vuelta al sometimiento de otras fuerzas que son capaces de obstruir la libertad que los cristianos habían alcanzado por la fe. Por eso es que en esta carta se habla enfáticamente sobre la libertad alcanzada en Cristo: “Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud” (5,1).

Justificación por la fe y libertad son experiencias semejantes. Al ser justificados por la fe se abre el espacio a la libertad. Se trata de un espacio libre en donde se elimina la exclusión, la discriminación y donde reina la justicia. Al hablar de libertad se elimina la barrera de la etnia, se afirma la justicia social y sexual que surge de una nueva creación en Cristo.3

Gálatas 3,28 es una expresión que el apóstol retoma y reinterpreta en su visión de la nueva creación: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. La inclusión de la mujer en esta reflexión paulina, aunque procedente de una confesión bautismal pre-paulina (judeo-helenista), trae consecuencias vitales para las mujeres. Y más aún para las mujeres esclavas o pobres del primer siglo. El acceso a la fe y al agua del bautismo no hace acepción de personas; aún más, coloca en un plano de iguales, con los mismos derechos y obligaciones, a mujeres y hombres, esclavos y libres, judíos y gentiles.

Otro de los textos paulinos que se refieren a la mujer es 1 Corintios 14,34-35 -Pablo escribió su primera carta a los corintios desde Éfeso, muy probablemente en el año 54 d.C-. Mientras que los especialistas bíblicos concuerdan más o menos en aspectos fundamentales sobre la composición y fecha de la carta, se han propuesto varias hipótesis para tratar de comprender las duras palabras del apóstol contra la participación activa de la mujer en la congregación.

Unos dicen -y probablemente con razón- que se trata de una inclusión posterior, que bien pudo ser una anotación al margen, hecha por algún lector al final del primer siglo. Esto es porque en 1 Co 11,5 se da por sentado el hecho de la participación de la mujer en las asambleas, y en 14,34 se pide que se callen.

Además, de acuerdo al contexto, la relación entre los versículos 35 y 36 es extraña; el verso 33a guarda más relación con el versículo 36.

Todo texto que sugiere o exige la esclavitud, la explotación, la sumisión o la discriminación, va contra la voluntad misma de Dios y, por lo tanto, no es normativo. Gál 3,28 es normativo, en cambio, 1 Co 14, 34-35 es circunstancial.

Mujeres líderes entre los apóstoles

En este período, los seguidores de Jesús ya no son acompañados por Jesús de Nazaret, sino por el espíritu de este Jesús resucitado. Sus apóstoles, hombres y mujeres, empiezan a cumplir la encomienda de ser sus testigos en Jerusalén, en Samaria, y fuera de Palestina en Asia Menor y hasta Roma, ayudados por el Espíritu Santo.

Hay dos autores que presentan datos y eventos en este periodo: Pablo y Lucas. Las siete cartas auténticas de Pablo, que fueron escritas en este período,4 y el libro los Hechos de los Apóstoles, que narra lo acontecido en el período apostólico, aunque fue escrito en el período sub-apostólico, año 85 aproximadamente. En estos escritos es sorprendente la mención de bastantes mujeres líderes, muy activas en el movimiento misionero de Jesús, el Cristo.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra básicamente los hechos de Pedro, de los helenistas y de Pablo. Pero también debemos leer entre líneas los hechos de Priscila, de Lidia, de Tabita, de la madre de Juan Marcos y de otras mujeres, cuya presencia es escondida por el lenguaje. Lo que es más, también en el libro de los Hechos tenemos que aplicar la lectura atenta, es decir, “la hermenéutica de la sospecha”, “la exégesis del silencio”.

Por esta razón, resulta de interés el libro sobre las mujeres líderes en Hechos, de la biblista Ivone Richter Reimer, que nos permite ver este fenómeno del lenguaje como ocultador de las mujeres. Según ella, esto puede verse en el pasaje que narra la visita de Pablo a Atenas. Cuando Pablo empieza su discurso en el Areópago, el gran espacio público que frecuentaban los filósofos, comienza diciendo, en griego “andres athēaioi”: “Varones atenienses” (17,22). Nosotros, comúnmente, pensamos que se refiere solo a los varones.

Las versiones en español modernas simplemente dicen “atenienses”, pero eso no cambia nada en nuestra mente, pues no estamos acostumbrados a visualizar a las mujeres en ese término genérico. De hecho, en nuestra mente, cuando pensamos en filósofos, raramente pensamos en filósofas; nos imaginamos solo hombres intelectuales en el Areópago.

Sin lugar a dudas, al principio, la audiencia escucha a Pablo con atención, pero al final de su exposición, cuando menciona la resurrección, más bien se burla de él. Entonces, y esto es lo interesante, el narrador termina el episodio diciendo que unos pocos creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris (vv. 32-34). Con esto, nos enteramos de que en el Areópago también había filósofas y, por ende, que en las comunidades también podían participar una que otra de ellas.5 El hecho de haber preservado el nombre de Dámaris muestra que probablemente era una mujer muy importante.

Sin embargo, hay otras mujeres líderes en Hechos cuyas obras fueron tan notables que debieron ser registradas, no solo con sus nombres, sino también con sus hechos. Dos de ellas sobresalen: una quizás viuda y otra casada. Se trata de las líderes Lidia de Tiatira y Priscila. Hch 16,11-38 le dedica suficiente espacio a Lidia, lo cual nos da pie para afirmar que su liderazgo era sobresaliente.

Es una mujer que vive en Filipos, es “temerosa de Dios”, es decir, una mujer que se había convertido al judaísmo y que después, cuando pasa Pablo por Filipos, se hace seguidora de Jesús, el Cristo. Ella provenía de Tiatira, era empresaria de púrpura y a la vez líder de la comunidad cristiana que se reunía en su casa. Lidia es una mujer valiente, pues arriesga su vida al proteger en su casa a dos exconvictos de la justicia romana: Pablo y Silas.

Priscila, por su parte, es una mujer casada. Ella y su esposo Aquila son grandes líderes del movimiento misionero; formaban parte del movimiento antes que Pablo. Su importancia se observa en que son mencionados varias veces en distintos escritos – por ejemplo, en Romanos, Hechos y 1 Corintios -, a pesar de que no fueron convertidos por el apóstol Pablo.

Llama la atención el hecho de que la mayoría de las veces que aparece la pareja mencionada, el nombre de Priscila aparece primero. Esto no era lo común en la antigüedad, pues el orden era importante ya que marcaba preeminencia. De manera que si Priscila -o su diminutivo Prisca- va primero, significa que ella era una persona más importante que su esposo Aquila. Por lo menos en lo que respecta al movimiento de Jesús, el Cristo.

Ella debió haber sido considerada como una gran maestra, junto con su esposo. Esto lo observamos cuando llega a Éfeso un judío de Alejandría llamado Apolo, descrito como una persona elocuente. El texto señala que después de exponer el mensaje, Priscila y Aquila lo llevan aparte para explicarle con más exactitud algunas cuestiones teológicas. Priscila es teóloga, maestra, apóstol y artesana, como Pablo. Ella, al igual que su esposo, fueron colegas de Pablo en la misión y no solo compañeros de trabajo de tiendas. Además, su casa siempre sirvió de iglesia.

Con menos relieve que las dos mujeres líderes anteriores, leemos la historia de Tabita (Hch 9,36-41), que también hay que saber, porque el texto busca resaltar más el milagro de Pedro al resucitarla que la vida misma de ella. Sabemos de la existencia de esta líder gracias al milagro de Pedro, que el autor de Hechos quiso resaltar. Entonces, nuevamente debemos leer entre líneas el texto y ver en ella una gran líder, cuya iglesia se reúne en su casa. Ella es solidaria con las viudas y es discípula, pues así la llama literalmente el texto. Ser discípula significa que, además de sus buenas obras -como los tejidos para las viudas pobres-, era maestra, predicadora y misionera.6

También es importante notar que en Hechos encontramos varios sumarios, es decir, breves resúmenes de los acontecimientos. Estos son sumamente importantes para visualizar la presencia de las mujeres en general y de mujeres líderes. En ellos encontramos, por ejemplo, que muchas mujeres son encarceladas a la fuerza por profesar la fe cristiana.

Por ejemplo, hay un resumen sobre Pablo antes de convertirse, que dice literalmente: “Saulo -el nombre de Pablo antes de su conversión- hacía estragos, entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres y los metía en la cárcel” (8,3). Las casas son las casas-iglesia, donde se reunían los cristianos. Como ser cristiano era ilegal en aquel entonces, había que celebrar en la clandestinidad y ser misionera de forma discreta, encubierta. Era peligroso profesar públicamente la fe, pues la pena era la cárcel y la tortura. Las mujeres líderes también fueron a dar a la cárcel, como se afirma en Hechos y también en algunas cartas de Pablo (cf. Ro 16,7).

Dentro de este contexto, la participación activa de las mujeres en el período apostólico es más que obvia. Aunque el lenguaje la oculta, siempre hay rendijas a través de las cuales podemos observar ese dinamismo de las mujeres líderes. Con solo imaginarnos que los primeros doscientos años las primeras comunidades cristianas se reunían en casas, podemos visualizar una gran mayoría de mujeres activas en las iglesias-casa. Esto es así, porque en la antigüedad las mujeres eran las encargadas de la casa y el hogar.

A pesar de que el paterfamilias era el jefe y señor, en la repartición de roles muchas veces las mujeres líderes eran las dueñas y señoras del hogar, pues era su ámbito primero.7 Si alguien tiene la paciencia de ir subrayando todas las veces que aparece la palabra casa en Hechos, se sorprenderá de que no se pueda concebir el período apostólico sin las casas en donde se reunían las primeras comunidades cristianas,8 y donde la mujer era parte central de ese lugar.

Con respecto a las cartas de Pablo, para este período apostólico son documentos muy valiosos, porque reflejan más directamente lo que acontece, ya que fueron escritos al mismo tiempo que ocurrían los eventos. Aquí tenemos que distinguir las cartas propias de Pablo de las pseudoepigráficas, es decir, las escritas por sus discípulos años más tarde, bajo el pseudónimo de Pablo. La práctica de la pseudonimia era muy común en la antigüedad; la encontramos en la Biblia, pero también en fuentes extrabíblicas.

Por ejemplo, hay cartas de Sócrates, muy posteriores al filósofo, escritas por sus discípulos, con la finalidad de actualizar las enseñanzas de su maestro. Las cartas deuteropaulinas, como Colosenses, Efesios, 1 y 2 de Timoteo y Tito fueron escritas en el período subapostólico, cuando todos los apóstoles ya habían desaparecido y aparece la disyuntiva de la estabilidad a través de la institucionalización. Por eso encontramos en las cartas auténticas de Pablo, una fuerte participación de la mujer en el período apostólico; y en las deuteropaulinas, una tendencia a excluir a las mujeres del liderazgo.

En las cartas de Pablo, apreciamos un liderazgo muy activo de las mujeres, muchas de las cuales son compañeras de lucha del apóstol. No es que no haya discusión o tensiones. La participación de las mujeres líderes en la sociedad antigua no se veía con buenos ojos. Probablemente en la comunidad de Corinto el ministerio de la profecía de las mujeres era muy fuerte y creó conflictos hasta con el mismo Pablo.

Y es que las mujeres líderes se tomaron muy a pecho las enseñanzas de Jesús, porque para los valores del cristianismo no hay acepción de personas ante Dios. Pablo mismo retoma la famosa fórmula bautismal de la tradición en Gál 3,28: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Esta era una frase que se recitaba a la hora del bautismo de cada persona, hombre, mujer, esclavo, judío o no-judío. Y dicho sea de paso, la igualdad entre los sexos mencionada en Gál 3,28 es algo totalmente innovador, pues no hay nada similar ni en la literatura grecolatina ni en el judaísmo, según el biblista alemán Hans Dieter Betz.9

Un texto bastante revelador con respecto al liderazgo, y que pasa a menudo desapercibido es el capítulo 16,1-16 de la carta a los Romanos, justo de este período apostólico. Es un texto que permite ver a las mujeres como importantes líderes en el movimiento misionero. Pasa desapercibido porque se trata solo de saludos, pero con la “hermenéutica de la sospecha” que estamos usando, resulta muy fascinante.

Llama la atención que Pablo saluda a muchas mujeres por su nombre. Eso es algo que se debe subrayar. Si, como es sabido, la mujer en la antigüedad no era tomada en cuenta como un ser importante, el hecho de que aparezca mencionada es algo que sobresale y llama la atención en el capítulo. Pablo manda un saludo especial a 10 mujeres y a 18 hombres. Tal vez para hoy día parezca que aun son pocas, pero para aquel entonces era algo inaudito.

Y, aun más, de las diez mencionadas, a ocho de ellas les llama por su nombre. Ellas son Febe (v. 1), Priscila (v. 3), María (v. 6), Junia (v. 7), Trifena (v. 12a), Trifosa (v. 12a), Pérsida (12b), Julia (v. 15). A las otras dos mujeres, les manda un saludo especial, pero sin mencionar su nombre: madre de Rufo (v. 13), hermana de Nereo (v. 15). Mencionar a las mujeres por su nombre significa que él las conocía muy bien y también que eran mujeres que por algún hecho se habían dado a conocer.

Pero no solo eso. Pablo, además de su nombre, también dice algo de ellas. Esto es lo más revelador del texto. He aquí tres nombres sobresalientes: Febe, Junia y Priscila. La primera, aparece sola; las otras acompañadas con un varón.

Febe es la encargada de llevar la carta de Pablo a Roma. Pablo especifica que es diaconisa en la iglesia de Cencrea y que ha ayudado a muchos, inclusive a él mismo. Pablo esta aludiendo a dos funciones muy importantes en aquel entonces. La traducción del texto griego al español no refleja la importancia de los puestos de dirección.

El término diaconisa aparece en griego con género masculino (diaconos). Es muy probable que se refiera a un ministerio oficial, ya que se le aplica a Febe conservando el género masculino. Ella es ministro, como Felipe, Epafras, Síquico, líderes que tienen el mismo título. Pablo también dice que ella era una benefactora o patrona (prostatis). Como todos los benefactores de su tiempo, ella ayudaba económicamente y protegía socialmente.10

Otro nombre muy importante es el de Junia, traducido a veces por Junias: es una mujer apóstol que compartió la cárcel con el apóstol Pablo. El v. 7 explica que ella y Andrónico, su esposo o un compañero de trabajo, eran destacados entre los apóstoles. Por muchos años se ha querido ver en el nombre Junia un nombre masculino; sin embargo, los manuscritos griegos más fidedignos dicen que es femenino.11

Se ha pensado también que se trata de un nombre de mujer aplicado a un varón. No obstante, en la antigüedad no hay otro caso como este en fuentes bíblicas ni extra-bíblicas. El hecho de que por muchos años se haya visto un varón con un hombre de mujer indica, simplemente, una visión muy patriarcal de la iglesia primitiva. En realidad no era así en tiempos de Pablo. Jesús en sus enseñanzas y obras abrió nuevos horizontes para pensar diferente con respecto a las mujeres.

El nombre de Priscila ya lo vimos antes. Pablo está muy agradecido con ella y con Aquila, porque ambos arriesgaron su vida por él. Este hecho fue famoso, pues muchas iglesias se enteraron (16,4-5).

Las otras mujeres líderes mencionadas en este capítulo: Trifena, Trifosa, Pérsida y María eran muy activas en el trabajo de la iglesia; Pablo lo reconoce y lo menciona.

Pero en todo caso, el ignorado texto de Ro 16,1-16 es una joya que puede ayudar a las mujeres líderes de hoy, en cualquier ámbito del liderazgo, a enfrentarse a las nuevas situaciones en que se encuentran.

Conclusión

No cabe duda de que las mujeres líderes fueron importantes en los orígenes del cristianismo. Los mismos textos bíblicos son testigos de este hecho, a veces explícitamente y otras no tanto. La aplicación de la “hermenéutica de la sospecha”, nos ayudó a ver su liderazgo, aunque invisibilizado a través del lenguaje. Es cierto, también, que por distintas razones, ya fueran culturales, patriarcales o de estrategia sociopolítica, su participación generó tensiones y paulatinamente fueron siendo excluidas de las comunidades ya institucionalizadas.

En cualquier caso, las mujeres líderes jugaron un papel importante. Eran mujeres de fe y su fe hacía que para ellas el papel que desempeñaban, sus actividades y su modo de ver la vida tuvieran una perspectiva diferente. Por lo tanto, según va aumentando el número de mujeres que se encuentran en situaciones nuevas en las que antes ha habido pocas mujeres, se les hace más fácil identificarse con la situación de las del movimiento de Jesús.


  1. Tomado de la Introducción de World Alliance of Reformed Churches: Created in God’s Image, From Hierarchy to Partnership, World Alliance of Reformed Churches, Geneva, 2003. ↩︎
  2. Cf. Raymond E. Brown: Las iglesias que los apóstoles nos dejaron,Desclée de Brouwer, Bilbao, 1986, pp.13-15. ↩︎
  3. Cf. Elsa Tamez: Contra toda condena: la justificación por la fe desde los excluidos, Seminario Bíblico Latinoamericano / DEI, San José, Costa Rica, 1991, pp. 91-93. ↩︎
  4. 1 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Romanos, Filemón y Filipenses. ↩︎
  5. Cf. Ivone Richter Reimer: Vida das mulheres na sociedade e na Igreja: Uma exegese feminista de atos dos apostolos, Saō Leopoldo, Paulinas, 1995, p. 25s. ↩︎
  6. Ibidem,p. 55. ↩︎
  7. Cf. Carolyn Osiek y Margaret Y. MacDonald: The Women’s Place. House Churches in Earliest Christianity, Fortress Press, Minneapolis, MN, 2006, pp.144ss. ↩︎
  8. Cf. Pablo Richard: El movimiento de Jesús antes de la Iglesia. Una interpretación liberadora de los hechos de los apóstoles, Santander, Sal Terrae, 1998, pp. 13s. ↩︎
  9. Cf. Galatians, Philadelphia: Fortress Press, 1988, p. 97. ↩︎
  10. Sobre Febe, véase Elsa Tamez: “Der Brief an die Gemainde in Rom. Eine Feministische Lektüre”, en: Luise Schottroff, ed.: Kompendium Feministische Bibelauslegung, Christian Kaiser, Güthersloh, 1998, pp. 557-573. ↩︎
  11. Cf. Eldon Jay Epp: Junia: The First Woman Apostle, Ausburg Fortress, Minneapolis, 2005. ↩︎
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